domingo, 20 de mayo de 2018

Escapar


        Corría. Mis pies quemaban al rozar con el empedrado de las oscuras calles. Las gotas de lluvia resbalaban sobre mi cara, empapaban, de a poco, toda mi ropa. Pero no me importaba, nada me importaba. Nada desde que me dejaron solo en ese lugar.
        Faltaban dos cuadras, solo 200 metros, ni más ni menos. Todo estaba en silencio, solo se escuchan los pasos que me perseguían. Corría como si mi vida dependiera de ello, y es que en realidad, dependía de ello.
        Eran las 7:59, trotaba por las calles, el destino estaba por llegar, a mi derecha las vías del tren vibraban. Era la señal. Solo tenía que saltar.
Y así lo hice.

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     Desde que tengo  memoria, tenía la misma idea en la cabeza: escapar. Ya sé, suena un tanto cobarde pero estaba harto de ese infierno. A mis siete años, huí de donde vivía con mi tío. El hombre era un monstruo, estaba completamente loco. Pensaba que eso me llevaría a un lugar en el que me quisieran realmente, o simplemente me trataran bien. Que equivocado que estaba…Terminé en el peor lugar en el que alguien puede vivir: un orfanato. Desde ese día hasta hace unos pocos, ocho años después, seguía pensando en cómo huir de allí. Y no estaba muy lejos, tenía un plan.
      Viví toda mi vida en una especie de orfanato a las afueras de Londres. Allí trabajaba noche y día, y con suerte comía. Limpiaba chimeneas, cocinaba, hacía las camas, hasta lavaba la ropa. Pero nada hacía que fuera libre, todo lo contrario, cada vez estaba más encarcelado en esa pesadilla.
      Por esa razón quería irme, quería huir. Armé un plan, simple pero efectivo, todo estaba exactamente cronometrado. Tardé meses en terminarlo y perfeccionarlo, pero por fin me iba a ir. A las 7:30 saldría y a las 8, sería libre.
      Esa misma tarde preparé todo, nada ni nadie podía arruinarlo. -Irónico ¿no? yo mismo lo iba a arruinar-
     Contaba con la ayuda de una persona, Nancy, que era una de las ayudantes de la directora en el orfanato. Era como una madre para mí, la única persona a la que realmente quería, la única que se suponía que era incapaz de defraudarme.
     Una hora antes de las 7:30, le fui a contar lo que tenía en mente para que me ayudara, le iba a pedir algo fundamental en el plan. No sé por qué confié tanto en ella.
 -¡Nancy!- la saludé.
-¡Oliver!
-Necesito pedirte un favor…
No tenía que decirle, era la primera regla del plan…
-Me quiero ir.-  dije sin entender  por qué lo había revelado.
Arruinaste todo, Oliver, te felicito…
-Me voy a escapar, y necesito que me ayudes- reconocí.
     Después de estar horas y horas tratando de convencerla, ella acepto. Solo tenía que dejar todas las puertas sin llave, no era tan complicado. Era importante, demasiado importante.
      A las 7:30, salí de mi cuarto. Caminé por los pasillos silenciosamente. Si alguien me veía, todo se arruinaría. Pasé por cada cuarto, cada salón y cada baño. Todo estaba saliendo a la perfección, caminé hacia la primera puerta de dos, la que daba al parque. Toqué el picaporte y comencé a girarlo lentamente. Logre abrirla. Afuera todo estaba oscuro, lloviznaba, se veían las pocas luces del pueblo.  Corrí hacia la siguiente y última puerta, tenía miedo. Si no abría, el plan fracasaba. Toque el picaporte, estaba muy frio, comencé a bajar la manija lentamente, sonreí, estaba abierta.
      Me había traicionado, lo había hecho sin importarle nada en absoluto. Apenas abrí la puerta, tres policías me empezaron a perseguir. Yo no era rápido, tenía 12 años, pero tenía que intentarlo, no podía rendirme después de todo lo que pase.

          Corría. Mis pies quemaban al rozar con el empedrado de las oscuras calles. Las gotas de lluvia resbalaban sobre mi cara, empapaban, de a poco, toda mi ropa. Pero no me importaba, nada me importaba. Nada desde que me dejaron solo en ese lugar.
        Faltaban dos cuadras, solo 200 metros, ni más ni menos. Todo estaba en silencio, solo se escuchan los pasos que me perseguían. Corría como si mi vida dependiera de ello, y es que en realidad, dependía de ello.
        Eran las 7:59, trotaba por las calles, el destino estaba por llegar, a mi derecha las vías del tren vibraban. Era la señal. Solo tenía que saltar.
Y así lo hice.
      Salté, pero alguien agarró mi tobillo. Caí de cara al piso. Todas mis esperanzas se habían ido, y yo había quedado inconsciente.
         Lo último que vi fue la cara de Nancy mirándome fijamente. Entonces lo entendí: no le importaba ni a ella ni a nadie.

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